El jardín y el huerto, ligados desde los inicios, "una metáfora visible de la felicidad, una especie de isla en tierra firme"... "la mejor vacuna contra el dogmatismo y la uniformización de las conciencias, un camino a la buena vida", algunas palabras de Santiago Beruette, en alusión a su libro "Jardinosofía". Desde los primeros filósofos griegos que se congregaban en espacios verdes, hasta los comienzos de la conciencia de la existencia de "las vistas", que traspasaban los límites de la cerca en la que se disponía todo el orden y cosmovisión de sus habitantes.



Ese traspaso de límites devino en una formalización del jardín, a modo escenográfico, disponiendo grandes extensiones en torno a un eje central, del que se disponían perspectivas, juegos ópticos y uso de la geometría, que hacía notar otra relación con el territorio y la naturaleza, el poder absoluto del rey con la naturaleza a su servicio, usando representaciones metafísicas, buscando el equilibrio entre dualidades, un juego de opuestos para lograr ensamblar lo doméstico y lo domesticado.
Más tarde, los valores que sustentan el jardín siguen cambiando, de acuerdo a otro tipo de relación con el mundo. Se conciben valores de libertad de pensamiento y el quiebre con una jardinería que buscaba hacer una arquitectura vegetal.
Los cambios en las formas de ver y de relacionarse con el mundo, han ido renovando nuestros ideales éticos, estéticos, políticos. Los huertos y jardines son un espacio de aprendizaje de valores que necesitamos recuperar, en una constante retroalimentación.








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